Autopsia de una mala descripción inmobiliaria (y cómo reescribirla para vender con más dignidad)
- 31 ago
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La mayoría de las descripciones inmobiliarias no son malas por falta de intención, sino por falta de criterio. Se escriben apuradas, por costumbre, copiando frases de otros anuncios. El resultado es siempre el mismo: un texto que podría pertenecer a cualquier propiedad, escrito por cualquiera, dirigido a nadie en particular.
Tomemos un ejemplo típico, casi caricaturesco, pero real en esencia:
“Hermosa casa en excelente ubicación. Amplios ambientes, muy luminosa, gran oportunidad. Cuenta con living comedor, cocina, 3 dormitorios, 2 baños y jardín. Ideal familia. No dude en consultar.”
En apariencia no hay nada “grave”. Pero en términos de persuasión, este texto está muerto. No dice qué hace única a la casa, no muestra ningún rasgo del estilo de vida que propone, no filtra público y, sobre todo, repite adjetivos vacíos: hermosa, excelente, amplia, gran oportunidad. Son palabras cansadas. No construyen valor, lo diluyen.
Ahora imaginemos la misma propiedad reescrita con criterio:
“Casa de tres dormitorios diseñada para vivir hacia el jardín, con un living que se abre en doble altura y concentra la vida social de la familia. La luz entra desde la mañana hasta la tarde gracias a su orientación norte, y el verde se ve desde casi todos los ambientes. La cocina está integrada pero puede cerrarse cuando se quiere separar lo cotidiano de las reuniones. El jardín tiene el tamaño justo para disfrutarlo sin convertir el mantenimiento en un problema. Es una casa para quienes valoran recibir, pero prefieren seguir sintiéndose en casa.”
La diferencia técnica está en varios niveles. Primero, hay una escena: no se enumeran sólo dependencias, se explica cómo se vive. Segundo, hay decisiones implícitas: orientación, relación interior-exterior, escala del jardín. Tercero, hay un público objetivo sugerido: personas que disfrutan recibir, pero no quieren un parque imposible de sostener.
Lo que hace Palabra Propia al intervenir una descripción es justamente eso: pasar de la lista a la lectura, del inventario a la narrativa. No es adorno: es una reconfiguración de la forma en que el comprador entiende lo que está viendo. El mismo plano, contado de otra manera, se siente como otra categoría de producto.
Una mala descripción no solamente no ayuda: resta. Devalúa la percepción del inmueble, lo hace parecer genérico, lo mete en una guerra de precios que nunca le conviene a quien vende. Una buena descripción, en cambio, introduce matices que justifican el valor pedido, acotan el tipo de consultas y orientan la conversación hacia lo que realmente importa: cómo encaja esta propiedad en la vida de quien la está mirando.
Reescribir no es maquillar. Es tomar una casa y darle una voz. Una voz que sepa defenderla incluso cuando el agente no está presente. Una voz que explique por qué esta oportunidad no es simplemente “imperdible”, sino quizás irrepetible para cierto tipo de comprador.
Ahí, en esa distancia entre el cliché y la precisión, se juega buena parte del valor percibido. Y ahí es donde una mala descripción deja de ser un detalle menor y pasa a ser un lujo que ninguna propiedad de alto valor se puede permitir.